lunes, 9 de abril de 2012

El silencio


Tengo una relación complicada con el silencio. Teniendo dos mellizos que cada día que pasa descubren nuevas formas de jugarse el tipo y de provocarme a mí un infarto, el silencio es algo que añoro y que me aterra, a partes iguales.

Añoro esos momentos de silencio en los que puedo incluso oír mis pensamientos, pero vivo en estado de alerta cuando se produce. Si mis hijos están despiertos y de pronto me doy cuenta de que no se oye nada… ¡chungo! Algo traman o algo están haciendo.

Las últimas veces que el silencio me ha visitado:

1.- Hace unas semanas aprendieron a escaparse de las cunas. Ahora han aprendido la parte contraria del proceso: meterse en la cuna. Pero no penséis que se meten en la cuna para dormir, no, no tengo esa suerte. El objetivo de meterse en la cuna es tener más facilidad de alcance a los 3 objetos de deseo bombonero: la cuerda de la persiana, el cesto de las gasas y el suero y el cesto de los chupetes. La nueva diversión consiste en volcarlo todo por la cuna y el suelo y una vez conseguido, dedican sus energías a tirar de la cuerda de la persiana hasta que les saco de allí.

2.- Han aprendido a subirse a la mesa del ordenador y han descubierto que existen los rotuladores, así que personalizaron el teclado del Mac de su padre… Menos mal que las toallitas para el culo del Mercawoman lo quitan todo.

3.- Han descubierto que la mesilla de mamá tiene una puerta que les permite acceder a grandes tesoros… les encanta colarse en nuestra habitación y vaciar el contenido de la mesilla en el suelo.

Por lo tanto, me conformaré con disfrutar del silencio los momentos en los que ellos están dormidos y me aprenderé como un mantra que el ruido y el caos son buenos, que al menos eso implica que no están haciendo ninguna trastada grave.

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