miércoles, 25 de julio de 2012

Lo prometo

Lo prometo. De verdad, no os miento, podéis creerme: a los bombones les damos de comer en casa. Y comida casera y variada, y vigilando que la ingesta de frutas, verduras, proteínas, hidratos, vitaminas, etc… sea razonablemente adecuada. Puedo aportar los tickets de la compra como prueba de que en casa hay comida y que ellos se la comen.

Por las mañanas, en los 45 minutos que transcurren desde que se levantan hasta que salimos por la puerta, se comen 2 ó 3 galletas. (Lo que les interesa saben pronunciarlo de puturrú de fua los tíos).

Cuando les dejo en el orfanato de día, se tiran a por la leche y los bizcochos como si no hubiera un mañana y se despiden de mí con un beso pringoso con restos de cola-cao pero sin molestarse en mirarme, los ojos no los quitan de encima del desayuno por si acaso algún amiguete se lo quita.

Cuando voy a recogerles después de la siesta, en muy pocas ocasiones, las puedo contar con los dedos de una mano y me sobran dedos, me han dicho que no hayan comido. Hoy por ejemplo, el tradicional comida: muy bien que viene siempre en la agenda, ha sido reemplazado por comida: mucho.

Cuando llegamos a casa, la merienda les está esperando y dura poco en el plato. Pero es que a la hora y pico llega su padre y si se le ocurre merendar, tiene que hacer merienda para tres si quiere llegar a catar un poco de lo que haya preparado.

Y por la noche cenan estupendamente porque además, tienen por costumbre no levantarse de la mesa hasta que ellos consideran que han cenado suficiente. Y pobre de ti como intentes quitarles el babero, porque al grito de “máaaaaaaaaaas”, te mandan derecha a la cocina a por más papeo.

Si os cuento esto es porque quiero que quede bien claro, porque mis hijos se empeñan en hacer creer a la gente que no es así. 
Cuando vamos a dar una vuelta y optamos por sentarnos en una terraza, los tíos se lanzan en picado a por los aperitivos que nos pongan. 
Si comemos en casa de la abuela, y ella, en un alarde de amor de abuela, les ha hecho una comida especial para ellos, se la zampan en un santiamén. Pero como son dos nietos amorosos, luego no tienen problema en catar la comida que la abuela haya hecho para los adultos, así que esos días suelen comer dos veces y no meriendan porque me pongo seria y me da miedo que les de un empacho de los de aceite de ricino a granel.

Y esto lo hacen desde que descubrieron el mundo de los sólidos, y ahora tienen 26 meses. Pero si la genética no engaña, apuntan maneras para ser dos tiarrones que superarán el metro noventa de estatura, como su padre… Y a mí me da mucho miedo pensar en la cantidad de comida que habrá que comprar como los angelitos sigan con el mismo saque que ahora.

Eso sí, da gloria verlos comer porque no comen, saborean, paladean, disfrutan…

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