lunes, 10 de septiembre de 2012

La gravedad

La culpa fue nuestra. En alguna ocasión nos hemos quejado de lo poco que nos gusta madrugar y los bombones debieron registrar en su cabecita que madrugar es malo y el despertador es aún peor. O como diría el bombón M: “epetado manó ami, epetado manó”


Así que, cuando tuvieron la oportunidad, atacaron a mi despertador con nocturnidad y alevosía, bueno nocturnidad no porque fue a las siete de la tarde, pero con alevosía seguro que sí.

El caso es que estábamos su padre y yo viendo los últimos minutos de un partido que jugaban Pau Gasol y sus muchachos en las olimpiadas y aunque con el rabillo del ojo les vi entrar en mi cuarto, mi cerebro estaba tan conectado a la pantalla del televisor que sólo acerté a pensar: “No hay peligro, la ventana está abierta pero la persiana bajada, no pueden caerse”.

Y efectivamente, ellos no pudieron caerse, pero el despertador y varios juguetes si que fueron lanzados por la ventana en un viaje sin retorno desde un tercer piso, un viaje que acabó con un ruido estrepitoso que hizo que saliera flechada hacía mi habitación, les echara a ellos del lugar y me asomara asustada a la ventana.

Las piezas del dominó salieron ilesas. Al coche se le rompió una rueda, la caja de cartón en la que metieron todo quedó magullada. El despertador murió. Nunca nos habíamos llevado bien, pero después de 6 años, le tenía cierta estima y por fin había aprendido cómo funciona. 

Así quedó el pobre:



Consecuencias de que los bombones hayan descubierto la ley de la gravedad:

1.- Tengo un despertador nuevo que no sé cómo funciona y me impide remolonear los famosos cinco minutos porque me da miedo que la repetición de alarma no funcione.

2.- Si no fuera por el aire acondicionado, hubiéramos muerto. Madrid, Agosto y todas las ventanas cerradas… imaginad el resto.

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