Dicen que los madrileños somos
chulos. La madre de los bombones es madrileña de pura cepa, (madrileña de
cuarta generación y “viva Madrid que es mi pueblo”, ahí queda eso), ergo… a
veces soy un poco chula, que no chulesca.
El padre de los bombones, aunque
también es madrileño, tiene más mezcla, no se le nota tanto, claro que él no tuvo
un abuelo como el mío que te decía “Yo
soy madrileño, nacido en la Ca’
Toledo y bautizado en La Paloma”,
que esas cosas marcan.
Con estos antecedentes
familiares, es fácil imaginarse quién va camino de recoger el testigo de la
chulería… ¿verdad? Y si no, a las pruebas me remito:
Este verano, aprovechando los
últimos días de Agosto, bajábamos con los bombones a intentar tomar algo a la
terraza de al lado de casa.
El ritual era siempre el mismo,
llegábamos, nos sentábamos y mis hijos decían “Eunenio patatas” y cuando yo les preguntaba cómo se piden las
cosas, ellos añadían “A favó”.
Después de dar cuenta de sus
platos de patatas, mis dos culos inquietos pasaban de estar sentados más rato,
y mientras les controlábamos con un ojo y vigilábamos nuestra cerveza con otro,
ellos se dedicaban a correr del escaparate de la tienda al bar y del bar al
escaparate de la tienda. A veces entre medias se metían hasta el fondo de la
barra abusando de la paciencia y bondad de “Eunenio”
que es su fan número uno. Mientras su padre y yo hacíamos el relevo en la
terraza apurando la cerveza antes de salir a por ellos.
Así era todas las tardes. Peeero,
el dueño de la tienda no es tan paciente ni bondadoso como el del bar. Y un
día, cansado ya de que mis hijos le tocasen el escaparate, salió con el mini
perro que tiene y les dijo que si no se portaban bien, el perro les mordería.
Y ahí fue cuando surgió la
chulería madrileña que mis hijos llevan en sus venas. Porque al oír semejante
“amenaza”, se giraron, miraron al dueño del perro, miraron al perro, volvieron
a mirar al dueño del perro y se fueron hacía el animalito gruñéndole y
diciéndole “pero manó” (= perro malo).
La cosa acabó con el animalito reculando
y echando a correr en dirección contraria a mis hijos, el dueño de la tienda
corriendo detrás del animalito, los bombones volviendo a meterse a jugar al
bar, todos los demás riéndose a
carcajadas y el padre de los bombones y yo mirándonos y pensando entre risas
que si con dos años y poco le plantan ya cara a un perro, cuando tengan diez no
habrá quién les tosa.
P.D- El perro está bien. Ahora
cuando se ven, se ignoran mutuamente y todos contentos...Todos menos el dueño
del perro que no ha vuelto a decir ni mú en vista del poco éxito que tuvo su
amenaza.