viernes, 5 de octubre de 2012

Más chulos que un ocho



Dicen que los madrileños somos chulos. La madre de los bombones es madrileña de pura cepa, (madrileña de cuarta generación y “viva Madrid que es mi pueblo”, ahí queda eso), ergo… a veces soy un poco chula, que no chulesca.

El padre de los bombones, aunque también es madrileño, tiene más mezcla, no se le nota tanto, claro que él no tuvo un abuelo como el mío que te decía “Yo soy madrileño, nacido en la Ca’ Toledo y bautizado en La Paloma”, que esas cosas marcan.

Con estos antecedentes familiares, es fácil imaginarse quién va camino de recoger el testigo de la chulería… ¿verdad? Y si no, a las pruebas me remito:

Este verano, aprovechando los últimos días de Agosto, bajábamos con los bombones a intentar tomar algo a la terraza de al lado de casa.

El ritual era siempre el mismo, llegábamos, nos sentábamos y mis hijos decían “Eunenio patatas” y cuando yo les preguntaba cómo se piden las cosas, ellos añadían “A favó”.

Después de dar cuenta de sus platos de patatas, mis dos culos inquietos pasaban de estar sentados más rato, y mientras les controlábamos con un ojo y vigilábamos nuestra cerveza con otro, ellos se dedicaban a correr del escaparate de la tienda al bar y del bar al escaparate de la tienda. A veces entre medias se metían hasta el fondo de la barra abusando de la paciencia y bondad de “Eunenio” que es su fan número uno. Mientras su padre y yo hacíamos el relevo en la terraza apurando la cerveza antes de salir a por ellos.

Así era todas las tardes. Peeero, el dueño de la tienda no es tan paciente ni bondadoso como el del bar. Y un día, cansado ya de que mis hijos le tocasen el escaparate, salió con el mini perro que tiene y les dijo que si no se portaban bien, el perro les mordería.

Y ahí fue cuando surgió la chulería madrileña que mis hijos llevan en sus venas. Porque al oír semejante “amenaza”, se giraron, miraron al dueño del perro, miraron al perro, volvieron a mirar al dueño del perro y se fueron hacía el animalito gruñéndole y diciéndole “pero manó” (= perro malo).

La cosa acabó con el animalito reculando y echando a correr en dirección contraria a mis hijos, el dueño de la tienda corriendo detrás del animalito, los bombones volviendo a meterse a jugar al bar, todos los demás riéndose a carcajadas y el padre de los bombones y yo mirándonos y pensando entre risas que si con dos años y poco le plantan ya cara a un perro, cuando tengan diez no habrá quién les tosa.

P.D- El perro está bien. Ahora cuando se ven, se ignoran mutuamente y todos contentos...Todos menos el dueño del perro que no ha vuelto a decir ni mú en vista del poco éxito que tuvo su amenaza.

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