miércoles, 28 de diciembre de 2011

La llegada a casa

Llegamos a casa un sábado festivo a la hora de comer, con dos bebés de 6 días y con una mezcla de cansancio e ilusión que supongo que es típica en cualquier padre primerizo.

Como la casa estaba helada después de una semana fuera, lo primero que hicimos fue encender la calefacción. Lo segundo fue trasladar una de las cunas al salón porque íbamos a turnarnos para dormir en el sofá con ellos al lado. Eran tan pequeños que compartían cuna y sobraba espacio.

Ese día lo recuerdo muy activo, mi chico había ido dejando los regalos que nos llevaron al sanatorio en un rincón del salón y había que colocarlos,  además había que vaciar las maletas, poner lavadoras y sobre todo, ocuparse de los bombones. La cicatriz de la cesárea me dolía cada vez que me levantaba, pero, había que tirar pa’ lante.

La primera noche, la realidad nos golpeó brutalmente. Ya no había enfermeras a las que pudieras acudir, éramos nosotros cuatro frente al mundo y todas las emociones que había vivido desde el lunes, hicieron mella en mí esa noche, a la que se sumó que apenas pude dormir 2 horas. Así que, de madrugada, y mientras acunaba a uno de mis hijos, pensé: “¿Y ahora qué hago? En menudo lío me he metido”

Al día siguiente, la famosa depre post parto hizo que me pasase toda la comida llorando e hipando, diciéndole a mi chico que aquello había sido un error, que pobres bombones porque les había tocado una mierda de madre, que era una inútil, que en vaya jardín nos habíamos metido… hoy lo recuerdo con una pizca de nostalgia, una sonrisa irónica y poniendo los ojos en blanco, pero creo que jamás podré olvidar lo triste y desamparada que me sentí en ese momento.

Tampoco es que ayudara mucho que esos dos días mis hijos apenas comieran ni durmieran, pobres, para ellos también era todo nuevo.

Sé que para el padre de los bombones tampoco fue fácil aguantar los maremotos emocionales de la hormona con patas en que se había convertido su chica, aunque, como siempre, estuvo al pie del cañón y logró darme ánimos y sacarme una sonrisa entre tanto llanto.

Pero todo pasa, y hoy, casi 20 meses después, sólo puedo pensar que si volviera atrás en el tiempo, volvería a tener a mis hijos y que nunca jamás, podré arrepentirme de haber tenido a los bombones porque junto con su padre, son el motor que mueve mi mundo.

2 comentarios: